

Yo he visto en un día Martes romperse la sombra simplificada de una niña, y he oído como el rencor atraviesa la verja de bronce, se arrastra por el camino enarenado, se cuela por el balcón de la biblioteca y se sienta en el butacón de cuero frente al fuego. Yo he conocido los árboles cantores y el salvaje crepitar de la llama en el trigal. Yo he sentido el calor de unas manos y el bronco latir de la campana funeral. Yo he soñado una eternidad de pasos frente al mar. Yo he gustado de los besos de la flor y del abrazo de la tierra. Yo he tenido en mis manos la fe. Yo he roto promesas y pasados. Yo me he sentado en la valla límite y he meditado . . . y ahora
Soy la peana
que sostiene los sueños de los hombres
y cuando Federico pregunta,
y cuando María pregunta,
y cuando José pregunta,
y cuando Lola pregunta,
me da vergüenza explicarles . . .