martes, marzo 10, 2009

ERA LA TIERRA, LA TIERRA DURA, ÁSPERA, CRUEL A VECES, TIERNA OTRAS, MATERNAL Y ESPERANZADORA SIEMPRE.









Está lloviendo sobre mi infancia
y los recuerdos se empañan
adquiriendo un aura difusa.

Es temprano aún
para que la navaja corte los hilos de la aurora,
y sin embargo las libélulas me dijeron adiós.

Vente conmigo
y canta sin prejuicios ni miedos ascentrales,
porque aunque la razón te incline,
tú conoces visceralmente (y no lo puedes controlar)
la llamada del pozo aquél,
aquél pozo blanco que se encuentra solitario
en el cruce de los caminos;
y a pesar de los ladridos roncos de los mastines,
y por encima
de teorías científicamente elaboradas,
y por debajo
de artificios lingüísticos estéticamente preparados,
tú sabes la necesidad de volver.

Volver,
y encontrar las ruinas (de lo que ha sido)
punto de referencia que ha mantenido los recuerdos vivos
tantos años.
Porque si los mastines han muerto
y el ganado también,

. . . el polvo del trigo es espeso e irrita los ojos. . .

igual ya no están los álamos, ni los pinos, ni los chopos
y el cerro de la Cruz ya no es cerro
y forma parte de la meseta indiferenciada.

. . . a mediodía duele el sol . . .

¿Y si en la tabla de Pozo Viejo ya no anidan los patos?
¿Y si las codornices ya no cantan en Prado Florido?
espantadas para siempre por las cosechadoras
(esos monstruos de mil dientes aterradores y tremendo olor)

. . . ¿y después? . . .

Hay una cabeza de caballo que sacude sus crines
y la lluvia golpea fuerte en el pecho de un hombre,
que se resguarda la cara con un sombrero de anchas alas;

. . . la escopeta pesa y se agradece un sorbo de agua . . .

te veo entrando en el porche
sacudes el chubasquero
y limpias el barro de tus botos,

. . . la espuela en la pared se oxida . . .

estás frente a la antigua chimenea
y el vapor que se escapa de tu ropa húmeda
quizás forma horribles figuras premonitorias
que no te molestaste en descifrar,

. . . los gritos del chiquillo encima de la trilla animan al mulo . . .

aquello que no leíste
en las entrañas del conejo
(que se asa dando vueltas y despidiendo ese delicioso aroma),
en aquellas risas que rebotaban contra el ventanal,

. . . un día gris de Febrero la tinta manchó el papel
y otro ciclo se cerró dejando olor a tomillo y a retama,
dejando un sabor amargo
que hizo llorar hasta a las palomas torcaces. . .

en aquellos gemidos del viento al tropezar con los chopos;
en aquél cuerpo moreno con acento distinto,
quizás se encontraba una advertencia
que no supiste descubrir.

. . . Volver, volver a ella, y que ella volviese a ti, porque tú la amabas con ese amor especial que solo se siente hacia la tierra, porque es eterna, eterna y cambiante, es verde y parda, amarilla y roja, blanca y negra, y azul, porque la tierra también es azul, y la puedes pisar y cavar y mojar; viertes en ella la simiente y le da vida, porque la tierra está viva y, en eso, se parece a ti, pero en ella nacen el clavel y la amapola, el chopo y el ciprés, la espiga y el olivo, la zumaya y la perdiz, el lagarto y el conejo, el perro y la liebre, el toro y el caballo, y el hombre ... y la tierra los alimenta y la tierra los acoge cuando mueren; porque todos, sin distinción, se unen con la tierra cuando mueren, y son tierra
y son eternos.